domingo, 25 de enero de 2015

Lo tenía decidido, viviría ahí. Me encantaba la pequeña sala del primer piso, tenía pensado dejar ahí los sillones antiguos que había comprado, la escalera larga blanca, la decoraría con un par de cojines, sobre todo en aquella ventana redonda en donde pensaba sentarme a ver la lluvia caer. La amplia habitación que daba la bienvenida al segundo piso, sería utilizado por la mesa de madera de cinco sillas, todas diferentes entre si,  a su lado la amplia cocina. En el costado derecho estaba el cuarto de baño, con una bañera amplia y majestuosa instalada en el centro. Las habitaciones se llevaban toda mi atención, la principal estaba bien iluminada con un amplio ventanal que daba la terraza que decoraría con aquella silla colgante de mimbre que tozudamente me había obstinado en comprar. La cama de dos plazas sería decorada con muchos cojines y telas. Tenía un gran armario que ya comenzaba a separar intentando ordenar mi ropa por colores, quizá era una idea muy exagerada... la habitación apéndice de la persona, sería destinada con una sobria cama de media plaza y un pequeño closet, estaba destinado para las visitas. Pondría también en el segundo piso, mis plantas de interior y los taburetes comprados en segunda mano, además del moderno equipo de música que me había dado mi madre. En el baño instalaría el mueble de mimbre reciclado de la casa de los abuelos, y el colgador que utilizaba de closet expuesto estaría ubicado en la habitación principal. Tenía todo planeado y me estaba extasiando en sobre manera. Estaba contenta. 
Para mis padres no había sido fácil recibir la noticia, era su única hija y no salía de la casa casada ni nada por el estilo, pero no pudieron objetar mucho, pues ya tenía la cama y no cabía en el rectángulo que me habían otorgado a los diez años cuando me habían adoptados. La casa estaba a tres cuadras del restaurante de mi padre y dos estaciones de la tienda de ropa de mi madre. No estábamos lejos, siempre estábamos cerca. 
Pondría un par de pinturas que me había dado mi amiga Verona, además escucharas los demos grabados por Igor e invitaría a cocinar a Luisa, todos ellos habían sido mis acompañantes en el proceso de dejar a mis padres, me sentía ingrata marchándome de casa, no quería que sintieran que no agradecía lo que habían hecho por mi, no fue fácil hacerse cargo de una niña con pecas y el cabello cobrizo, que apenas hablaba y que mojo la cama hasta las doce. Pero lo lograron y de la mejor manera que me imagino alguien lo hubiese hecho. Tenían mucho amor para mi. 
Me pusieron en un colegio de monjas hasta las quince años, hasta que me echaron por gritar a todo pulmón que no llegaría virgen al matrimonio, la paradoja es que perdí la virginidad a las diez y nueve y con un amigo de mi primo, con tres botellas de visky encima después de haberme dado cuenta que mi mejor amiga en esa época estaba saliendo con mi eterno amor platónico, un profesor de Literatura de treinta años, a ella no le fue tan bien, el profesor la dejo embarazada y se fue a Inglaterra a un magister. 
Al joven de mi primera vez lo vi hasta dos meses después, cuando dijo que me amaba y quería estar conmigo para siempre. ¿Siempre? eso es mucho tiempo. 
Entre a un colegio artístico para luego saltar a la Universidad de Humanismo a estudiar Licenciatura en cine. Termine mi practica en Francia, un viaje de dos años en donde conocí a mi gran amor. Un francés de un metro noventa, con aires de actor de los años sesenta y con treinta años en el cuerpo. Sabíamos que era un amor fugaz y que no tendría bases firmes, pero aun nos enviamos mensajes a media noche, cuando ambos extrañábamos el cuerpo del otro. 
 En mi regreso realice un cambio en mi circulo social, deje de frecuentar a las ex compañeras del colegio de monjas, aliviandome al no tener que fingir más que me parecían adorables sus pequeños rubios llorones. Deje de ver a las ex compañeras del liceo artístico, que poco continuaron con aquel caminos, dos de ellas siendo dueñas de casa, mientras la otra se dedica a vender jeans al estilo colombiano. 
Fue ahí cuando conocí a Verona, entré sin querer a su tienda de pinturas y a los pocos minutos ya me comentaba de su parto al natural de su pequeño Gaspar y su relación de años con Baltazar. Me adentro a su hogar con mantras de fondo y carne de soya en todas sus comidas. Con el tiempo conocí a Igor y Paola músicos, que ganaban la vida tocando en bares y en semaforos, ambos viviendo en un cité de Santiago Centro. La ultima fue Luisa, quien se planto en mi vida de la mano de su novia Beatriz y obligándome a cocinar con la excusa de que no moriría de hambre al vivir sola ni que abusaría de su amistad para que vaya en mi rescate. 
Fueron unos grandes que me salvaron de la monotonía de una amistad estancada. Que me abrieron un mundo nuevo, que me ayudaron a ser mejor persona y aprender cada día.  Fueron la mayor bendición después de dejar Francia. 
Gracias a Igor ya era capaz de tomar la guitarra en alguna de nuestras juntas, gracias a Luisa ya cocina una gran variedad de salsas y pasteles, hasta me estaba aventurando con la carne de soja regalada por Baltazar y Verona, con los cuales jugaba a pintar, sin evitar distraerme con su pequeño Gaspar, con el cual no tenía que fingir, me encantaban sus pequeñas manitos gorditas y sus besos baboseados. Era un bebe repleto de amor. 
Lleve a esa familia a la casa de mis padres, y el un cocinero de años quedo fascinado con Luisa y comenzaba ya a cocinar carne de soja, mi madre me lo había confesado. 
Entre todos me sentía completamente plena, no había nada más que pedir a mi vida. Excepto....no tenía trabajo. 
Tenía un par de citas agendadas, necesitaba tomar algún proyecto y necesitaba que fuera luego y que llenara mi alma por completo. 
Gracias a la vecina de Luisa llegue a una cita con una productora emergente e independiente que tenía entre manos una película inspirada en los años setenta. Gracias a mi practica en Francis, fue su primera preferencia.

Sabia que la nueva casa traería las mejores bendiciones para mi. De eso estaba segura. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario