sábado, 10 de enero de 2015

'Casualidad'

Lo conocí durante el verano, no estaba contenta de pasar mis días de libertad junto a mi familia, mis hermanas mayores se paseaban de un lado a otro con sus pequeños hijos colgando de sus brazos, mi madre absorta en sus pensamientos nos ignoraba por completo. Así era desde la muerte de Papá, ya habían pasado diez años pero aun visitábamos cada verano la casa en la sexta región, era un especie de ritual que con los años había mutado y agregado a esposos, hijos, y novios. Todo diferente, excepto mi madre sentada en la terraza con la mirada perdida. 
Llegaba a extrañar las clases de Matemáticas sentada haciendo nada en la terraza, iba en tercer año de Arquitectura y lo único que quería era divertirme después de un año estresante. Mis hermanas solían ser mis mejores compañeras de aquellas semanas de libertad, hasta que se casaron y llegaron los hijos. 
Tome mi mochila y salí de la casa, estaba segura de que nadie había notado mi ausencia. 
El muelle era el lugar preferido de mi padre, llegue hasta el limite con el mar y quise cerrar los ojos, recordarlo, pero no pude. Noté la presencia de un hombre acongojado, que jugaba con la intención de lanzarse al mar. Probablemente si se lanzará y supiera nadar no pasaría nada, pero ¿Si no sabía? de todos maneras no me debería importar. Pensé en retroceder sobre mis pasos y salir del lugar, pero no pude. Se había girado y se encontraba mirándome, de manera fija. Tuve miedo de que fuera un sicopata, pero a penas noté sus intensos ojos celestes supe que no podría tener miedo de él. 
Me acerque sin notarlo y me percaté de de sus cabellos escuetamente canosos, de su figura delgada y bien conservada a su edad, que no debía ser mucho, quizás cuarenta años, máximo cuarenta y cinco. 
-¿Esta....bien? -- No respondió. Se alejo de la orilla y sentó en el suelo abatido. -- Soy Simona...¿Su nombre? 
-Marcos...-- Me sorprendió su voz madura y varonil. -- ¿Por qué te quedaste? 
-No lo sé. -- Respondí con honestidad sonriendo nerviosa. -- ¿Curiosidad? 
-¿Cuantos años tienes Simona? -- Pregunto caminando hacía donde yo estaba. 
- Veintitrés . -- Respondí rápidamente. 
-Dos años más que mi hija. 
Se puso de pie y paso por mi lado, sin decir nada. Me quede con muchas preguntas en la cabeza y un nudo en la garganta. Se subió a su jeep negro y desapareció de mi vista. 
No supe de él hasta tres días después cuando salí a trotar durante la mañana, una actividad poco común en mi pero que producto del aburrimiento comencé a cotizar. El también trotaba. Se detuvo en frente mío y esbozo una sonrisa amable, saco sus audífonos del lugar para que el estaban diseñados y calmo su respiración. 
-¿Como estas Simona?. -- Me estremecí al sentir su mejilla rozando con la mía. 
-Bien...bien...¿Tú...digo, usted? 
-Dime tu, por favor... -- Sonreímos nerviosos. -- Bien....Yo creo que te debo una explicación, el otro día todo estaba bastante loco...
-Si...bueno, si tu crees...
-¿Te parecía reunirnos mañana, ir a trotar juntos?
-¿Por qué no hoy? -- Consulte audaz. No respondió comenzó a trotar. Lo seguí. 
Se detuvo al comienzo de un pequeño bosque que estaba ubicado entre los incipientes edificios. Me observo en silencio, tomo aire y comenzó a hablar. 
-Tengo tres hijos y mi esposa murió hace siete años, a veces...me siento bastante colpasado...¿No es una buena carta de presentación, verdad? -- Sonrió complicado. -- No intentaba matarme...ni nada parecido, disculpa si te asuste. 
-No...no hay problema. 
Me gustaban sus manos maduras, dejaba de escucharlo cuando me dedicaba a observar su mandíbula recta y rasgos maduros. 
Se me acerco para arreglar mi cabello suelto y sentí el aroma de su perfume. Instintivamente posicione mis manos sobre su torso y noté que se puso tenso. Quise alejarme pero me sujeto por la cintura y me atrajo hacía él. Una de sus manos estaba en mi cintura y otra en mi cuello, acortando cada vez más nuestra distancia hasta que lo bese, me acerque una y otra vez a él, a sus labios, a mis piernas rodeando su cadera, a mis manos entrelazadas con las suyas, a mi cuerpo sobre el suyo besando su cuello, mimetizandonos con el pasto.
 No sabía porqué lo besaba, no sabía porque lo deseaba tanto, y no sabía porque el parecía sentir lo mismo. 
Recorría mis piernas cuando comenzó a sonar mi celular. Odie a mi hermana en ese momento, llevábamos semanas ahí y siquiera había notado mi ausencia hasta ese momento. Me puse de pie rápido y escuche a mi interlocutora darme la noticia de la llegada de unos primos lejanos. Lo besé en los labios y salí del lugar. 

Cuando nos volvimos a ver, lo primero que hizo fue besarme en el cuello y susurrar sobre mi oído que me veía hermosa con aquel vestido verde que llevaba esa tarde. No correríamos sino que cenaríamos en el restaurant más cercano a la playa. Trabaja como Ingeniero, con tres hijos y de vacaciones por un tiempo indefinido, le gusta la naturaleza y correr y esa noche planeaba ir de pesca junto a unos amigos. 
No fue. 
Subí mi vestido hasta mi cadera para que sus manos tocaran en su totalidad mis piernas, me movía con dificultad en el interior de su auto pero aun así me negaba a ir a otro lugar, todo aquello, el auto, él, la situación, la noche, aumentaba mi deseo por recorrer su cuerpo, por sentir sus manos de bajo de mis sostenes, por verlo mirarme fijamente mientras sus manos bajan desde su cuello hasta mi vientre. 
Cuando me dejo a una cuadra de mi casa, las dudas vinieron sobre mi, ¿Qué estaba haciendo? tenía veinte años más que yo y no me parecía importar. Me encantaba el aroma de mi cuerpo, mis manos olían a su cuerpo, mi vientre parecía volcarse al recordar sus besos por las lomas de mis pechos, al recordar sus piernas tersas, su respiración agitada sobre mi nuca, sus besos que pasaban de la ternura a la sensualidad intensa. Quizá me estaba volviendo loca pero estaba extasiada con ese hombre.
Quedaban dos semanas para mis vacaciones, dos semanas que no estaba segura fueran suficientes para devorarlo como quería.










Cuando nos despedimos llevábamos tres horas sin detenernos de hacer el amor, esta vez estábamos en la habitación del hotel con la mejor vista al mar. Me apoyé sobre su torso desnudo. Era el momento de despedirnos y lo sabía. 
-Quizá te pueda visitar...
-claro, ¿Cuantas horas son desde Temuco a Santiago? 
-No seas pesadita...lo haré, lo juro. -- Beso mi frente. 
-No hagas juramentos que no cumplirás. 

Sin quererlo estaba sufriendo, subían mis maletas al auto y yo quería gritar que no me quería mover de ahí, que me quería quedar ahí, junto a él para siempre. Pero, ¿Qué diría mi madre? ¿Mis hermanas? 
-¿Que te pasa? -- Pregunto Veronica, la mi antecesora. Rubia, rellenita y de sonrisa ligera. Llevaba colgando a su pequeña Amalia del brazo, una diminuta copia de su madre con cabello rizado y ojos azueles intensos. 
-Nada. 
-Estas...diferente, rara...no has estado con nosotros. 
-Entre tanto ruido y llanto ni notan cuando estoy por acá.
-Oye. -- Llamo mi atención sujetando mi brazo.-- Disculpa si a veces pareciera que estuviera muy lejana, pero necesito que confíes en mi, en serio...¿Qué pasa? 
-Nada, solo quiero llegar a Santiago. 
En verdad no era así, quería quedarme ahí para siempre, con él. Le había dado mi dirección pero duraba que dejara a sus hijos y me visitara, quizá en algún viaje de negocios pasaría a verme, iríamos a un motel y el volvería con su vida. ¿De verdad sería así?  

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