viernes, 12 de diciembre de 2014

REGRESA

II


No podía sacar su recuerdo de mi cabeza, ni aferrarme al murmuro de su voz. No solté su recuerdo cuando nos encontramos con Cato, Ruben le dio un fuerte abrazo, y casi en una suplica le pidió que nos cuidáramos. Se detuvo en frente mío y sorprendiéndome, me sujeto de la nuca y un gesto paternal, beso mi frente, me observo en silencio para luego volver a tomar su maletín y salir en dirección contraria a nosotros. 
Cato me abrazo y subimos junto al auto de un hombre obeso, moreno y que fumaba sin cesar. No nos hablo, pero nos llevo hasta la frontera con Argentina. No hablamos, Cato no me interrogo, ni quiso saber como me sentía, se limitaba a tocar mi manos y acariciarla. 
Cato era un tipo alto, delgado, lucía cansado pero no dejaba de tener unos pequeños ojos verdosos brillantes, plantados en su rostro pálido. Me apoyé sobre su hombro y me dormí. 


Desperté producto del ruido que causaban ambos hombres al bajar nuestras maletas y mover un par de bolsos negros que estaban en el portamaletas. No pregunte que llevaba en su interior, ni deje que Cato me pidiera bajar del auto. Hace meses había aprendido un cierto lenguaje mudo que teníamos entre los tres. Los tres, siempre juntos, menos ahora... 
El hombre se alejo rápidamente en dirección contraria a la que estábamos nosotros, asustado supuse, pues llevaba las luces apagadas de la furgoneta blanca en la que habíamos viajado. 
Cato tomo ambas maletas y caminamos más de cuarenta minutos hasta que nos encontramos con una Señora de avanzada edad, la conocía, la habíamos visto hace un par de meses, no recuerdo cuantos, en una conferencia en Valparaiso. Me había encanto aquel viaje, Cato estaba pololeando con Nicole en ese tiempo, Nicole, era un mal recuerdo para Cato, a la semana de aquel viaje, comenzaron a tomar detenidos, y posteriormente desparecer o ser maltratados sin motivo algunos, varios de los acompañantes de aquel viaje, varios amigos y varios de los cuales Nicole había escuchado de boca de mi amigo. Para nuestra sorpresa la delgada joven de 18 años, colorina de exuberante busto había sido contactada por un primo lejano, llamado por sus padres, quienes espantados que llegara de la mano de Cato, le pidieron ayuda. Aquel hombre, tres años mayor, de las fuerzas armadas, muy amable se la llevo a Linares, se casaron y a la fecha tienen dos hijos. 
No se merecía a mi amigo, no se tenía el derecho de hacerle aquel daño y a él y a todos los demás. 
Desde ella, no le conocí más mujeres. Muchas vez supe de interesadas, cautivadas por su mensaje de lucha, por sus convicciones, por su traje de dos piezas, por su labor de Abogado, por él en realidad. 


La casa a donde nos llevo aquella señora, era muy pequeña, de adobe y pintada de blanco. Tenía dos piezas, pero aquella noche nos acostados uno al lado de otro, sin decir nada, con los ojos abiertos sin poder dormir. 
Hacía mucha calor, por lo que Cato solo estaba con su jeans y una camiseta manga corta, yo había saco un vestido liviano. Él se burlo de lo floreado de mi prenda y yo quise responderle su broma, pero no pude. Me acosté a su lado y tome su mano, entrelace mis dedos a los suyos y le dije. 
-Gracias Cato...no se que haría sin ti, no sé como soportaría todo esto. 
- Tranquila, estaré para ti, siempre... 
Extrañaba a Fernando, sentía que me comenzaba a enfermar de manera interna producto de su ausencia. Pero me sentía conforme con la presencia de Cato, me sentía segura con él, como hace muchos meses no me sentía, quizá era la lejanía del País, quizá era lejanía de todos, hasta de Fernando. 


Cuando desperté ya eran cerca de las dos de la tarde. Divise a Cato moviéndose en la terraza que tenía la casa. Para mi sorpresa tenía un amplio jardín, repleto de verde, lo cual me alegro instantáneamente. 
Me senté a su lado a comer, él había cocinado, lo sabía porque siempre cocinaba arroz con papas y carne molida. Se acerco y beso mi frente, yo para mi sorpresa me aferre a su torso y bese su mejilla. 
-Gracias. 
Susurre alejándome, el me miró y solo sonrió. 
No sabía cuanto nos quedaríamos ahí, no sabía que pasaría con nosotros. Solo sabía que esa pequeña tranquilidad era necesaria para luchar con todas mis fuerzas por Fernando. Lo había decidido, lo haría todo, todo lo que fuera necesario. Lo necesitaba. 

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