domingo, 18 de mayo de 2014

Las paredes.-

Siempre me había preguntado la horrible sensación que debe sentir al momento de perder a alguien importante en tu vida y no me refiero a esas peleas de novios, que vuelven a las semanas, ni esas discusiones con tus padres que se arreglan a las horas, ni el distanciamiento natural con los amigos al crecer que luego de años, es una anécdota. Pero ellos, todos ellos están ahí, los puedes llamar cuando te sientas solos, puedes ir a sus casas un sábado por la tarde y decirle que lo sientes, que los quieres de nuevo en tu vida. Pero aquellos que mueren, que su cuerpo queda vació en esta tierra, que es tomado y enterrado bajo tierra dejando a su alma deambulando por ahí sin sentido en algunos casos. Nunca me llegué a imaginar eso. No podía, no llegaba a dimensionar todo ello. No hasta esa noche.
 Habíamos discutido por algo sin sentido, yo me molesté porque no llego a la hora acordada y él parecía molesto que le repitiera una y otra vez el tema. Dejamos de vernos dos meses antes de aquella tarde.
No habíamos visto al menos tres veces, encuentros rápidos y sin mucho sentido, nunca volviendo a hablar de estar juntos o retomar la relación. Nada de eso, y de a poco me atormentaba pensar que ambos nos estábamos olvidando, pudiendo vivir el uno sin el otro. Menos hasta esa tarde.
Me llamo su amigo y compañera de universidad, tal vez encontró mi número celular en el suyo, lo cual era factible, él fue el primero en llegar al lugar del accidente, a dos cuadras de su casa a las tres de la mañana. Una hora más tarde me llamo, en el tercer intento le contesté.
No quise creer los primeros cinco minutos, era imposible. Pero su voz era agitada, y tenía fama de ser uno de los más serios del grupo, no jugaría con eso, no con él.
Llegué una hora después de ese llamado. Lo hubiera hecho antes, pero mientras entraba al baño caí al suelo abatida, con el pecho oprimido y las lágrimas agolpadas en mis ojos. No podía creer que aquello fuera cierto y aquel dolor me estaba destruyendo.
Solo tome mi buzo azul y una chaqueta negra, deje la parte superior de mi pijama gris y tome mi pelo en una media cola. No me preocupe mayor mente de mi rostro, las lagrimas se ocupan de mantenerlo tirante producto del secado de algunas que no alcanzaban a desaparecer en mi cuello. El resto del retraso es producto del taxista que probablemente aun adormecido demoro más de lo que yo hubiese querido.
Al llegar al hospital él estaba recostado en el suelo, con su chaqueta entre sus manos, la reconocí de inmediato.
- Sus padres están por llegar.- Dijo.
- ¿Como está...?
- Ven, pediré que te dejen pasar.
Estaba inmóvil, recordé las muchas veces que le pedí que se quedará quieto, que dejará de moverse, y lo mucho que desee en ese momento me recibiera con una sonrisa. Tuve ganas de moverlo, de hacer que despertará, que me viera, que abriera los ojos y me viera, que me escuchara disculparme, que nunca más volvería a reclamar nada, pero que no me dejará con aquella imagen como la última de ambos. Necesitaba decirle que lo amaba....
No pude hacerlo.
Murió cerca de las siete de la mañana y me quede con todas esas palabras en mi garganta, con su chaqueta entre mis manos y la textura aun de su piel sobre la mía.
Su familia paso por mi lado sin poder acercarse a comentar que sentían mi dolor, pues el de ellos era mucho peor. No solo el hombre que amaba había muerto por la imprudencia de un conductor ebrio, también se había ido un hijo, un hermano, un sobrino, un nieto, un amigo, el hombre que no le pude decir que lo amaba.
Siempre pensé que nos volveríamos a ver cualquier tarde de verano por la playa, o en alguna festividad. Que algún día volvería a llamar o que yo lo buscaría, no pensé que quedaría con aquellas ganas de decirle lo mucho que amaba su sonrisa, sus forma de abrazarme y sus besos indiscriminados en mi cuello.
Lo peor, es saber que hagas lo que hagas nunca más estará cerca de ti, es diferente que vaya de viaje, se vaya del País o de la región, pero que nunca más puedas escuchar su voz es algo que me atormenta hasta el día de hoy y no soy capaz de controlar.
De nada sirven las miles de cartas que he escrito, ni las horas, ni noches llorando. Solo quisiera tenerlo en frente mío diez minutos, decirle que lo amo y ya está, no espero que me responda, que me haga saber que es siente lo mismo por mi, ya que estoy segura que en aquel momento que entre a verlo al hospital y susurre que era yo la que estaba junto a él, movió
su mano y sujeto la mía, entre abrió sus ojos y busco los míos. Tal vez fueron solo segundos o simples reflejos pero aquello me basta para saber que en ese momento, ambos nos estábamos diciendo que nos amábamos.

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